
Testimonios – Daniel Reche
Antártida, una verdadera Selva Blanca
Miembro retirado de las Fuerzas Armadas, quien a bordo del transporte polar ARA Bahía Paraíso realizó tres campañas antárticas durante los veranos 85/86, 86/87 y 87/88, respectivamente.
Travesías repletas de odiseas, desafíos, esfuerzos, patriotismo, son tan solo algunas de las palabras referidas por este exmiembro de las Fuerzas Armadas al momento de hablar sobre el sector antártico.
He aquí su voz.
“Cuando era un joven oficial, y recién culminada mi luna de miel, me embarqué para realizar tres campañas consecutivas en épocas estivales a bordo del transporte polar ARA Bahía Paraíso.”
“Mi función a bordo, como jefe de propulsión, consistía en operar y mantener los equipos que le daban propulsión al transporte polar. Navegábamos desde Ushuaia a la An-tártida, y a la inversa, para realizar las tareas de abastecimiento y el em-barco y desembarco del personal civil y militar antártico, sumándose los turistas.”
Al referirse a las cam-pañas antárticas, Daniel recordó que durante una de ellas “recibimos una imprevista llamada radial de emergencia de una base antártica brasileña, en el preciso momento en que estábamos batallando contra una intensa tormenta en el pasaje de Drake, debido a que uno de sus integrantes estaba sufriendo de peritonitis. Así fue como a la brevedad emprendimos rumbo para recogerlo mediante un helicóptero y trasladarlo a bordo para su estabilización e intervención, de ser necesario. Finalmente, al arribar al puerto de Ushuaia fue internado con éxito en el Hospital Regional Ernesto Manuel Campos.”
El marino relató, además, la primera vez que embarcó con turistas de variadas nacionalidades en uno de esos tantos viajes.
“Me acuerdo de queese primer contingente de turistas pertenecía a la empresa Antartur, cuyo titular era Gustavo Giró, un experimentado oficial del ejército argentino, galardonado por su histórica expedición al Polo Sur durante la década del 60”, dijo Daniel.
También expresó que “lo atractivo de esos viajes navales era que a bordo compartíamos también el espacio con personas de distintas profesiones, además de los marinos abocados a diversas espe-cialidades, desde investigadores y científicos hasta políticos de gran renombre y turistas.”
Luego de una reflexiva pausa, Daniel continuó con su relato y expresó que el transporte polar al que estaba destinado “también abastecía a otras bases antárticas, además de las argentinas, a la de China, que bautizaron Great Wall, y agregó que “…de las bases nacionales, la más habitada era la Esperanza ya que estaba integrada por personal del ejército, familias, médico, odontólogo, maestros, e incluso, un veterinario, y de las internacionales, por razones obvias, la de China.”
En palabras de Daniel, el veterinario ejercía un rol trascendental en la Antártida porque estaba a cargo del cuidado de la salud de los perros samoyedos, que eran la tracción a sangre de los trineos, años después “por una razón humanitaria y hasta ecológica, si se quiere, estos canes fueron reemplazados por vehículos a motor”, afirmó Daniel.
Luego, hizo referencia a la ventaja que tenían los perros por sobre los vehículos a motor, y en tal sentido explicó que los samoyedos tenían una peculiar capacidad al momento de detectar grietas en el continente antártico “…por estar dotados de una intuición envidiable”.
En esta oportunidad, también hizo referencia al casi inexpugnable pasaje de Drake que debían cruzar para llegar a la Antártida. “Apenas lo recuerdo y se me eriza la piel, había que atravesarlo con mucha cautela, paciencia y poniendo en práctica la más fina pericia.”
“…en un almuerzo con el comandante, un espeleólogo argentino nos contó sobre su encuentro con el astronauta Neil Armstrong, el primero en pisar la luna; cuando le preguntamos qué le contó el astronauta sobre lo que había visto en el espacio, aquel dijo: Me lo llevo a la tumba”.
“El pasaje de Drake siempre se caracterizó por ser tormentoso, con olas de hasta ocho metros como las que he vivenciado, que nos impedían dormir y comer durante más de veinticuatro horas.
Las aguas recién se serenan en las proximidades de las bases antárticas, ya que los grandes icebergs e islas forman barreras que contienen los embates del mar”, nos comentaba Daniel.
“Otro recuerdo que se me viene a la mente fue lo sucedido con uno de nuestros helicópteros encargados de trasladar las cargas en chinguillos sostenidos por un gancho con disparador remoto”, dijo el exmarino.
“En una oportunidad un científico del Conicet insistió en que fuéramos cuidadosos con ciertas cajas de instrumental sismológico que debían ser transportadas por un helicóptero al continente antártico. Todo el tiempo insistía al respecto. Finalmente llegó el turno, sus cajas fueron colocadas en el chinguillo y luego colgadas del helicóptero, que al levantar vuelo y como consecuencia del excesivo peso debió disparar el gancho y soltar la carga, de lo contrario se estrellaría contra la cubierta. Toda la carga cayó al mar ante la presencia del científico quien, asombrado, quedó dando tumbos como tábano sin cabeza.”
Sin embargo, según Daniel no todo estuvo teñido de tintes oscuros, también había momentos de relax como “…en un almuerzo con el comandante, un espeleólogo argentino nos contó sobre su encuentro con el astronauta Neil Armstrong, el primero en pisar la luna; cuando le preguntamos qué le contó el astronauta sobre lo que había visto en el espacio, aquel dijo: Me lo llevo a la tumba”.
Tampoco desaparecieron de su memoria algunas anécdotas que transcurrían brindis de por medio. “En aquellas campañas estaba de moda brindar de noche, o mejor dicho en penumbras, con whisky y hielo milenario de los icebergs, motivo por el cual nunca faltaba la tripulación de algún velero que se nos aproximaba a esos fines bastante seguido mientras anclábamos al abrigo de alguna bahía”.

ARA Bahía Paraíso. Una roca en el estrecho de Bismarck terminó con la vida de este buque antártico en 1989. Foto: Daniel Reche
En marzo de 1988 el marino desembarcó y finalmente se despidió para siempre de su querido transporte polar ARA Bahía Paraíso. Una roca en el estrecho de Bismarck terminó con la vida de este buque antártico, dejándolo hundido en las profundas aguas del sur durante la campaña antártica del verano 88/89, precisamente había encallado un 28 de enero de 1988. Gracias a Poseidón, el Dios del Mar, no hubo que lamentar víctimas. Pero esta es otra historia.
Actualmente, Daniel se encuentra jubilado, dis-frutando de su tiempo libre a su forma, produciendo cuchillos, entre otros elementos de corte.
Los invitamos a que pasen por su stand del Paseo de los Artesanos “Enriqueta Gastelumendi” en la plaza 25 de Mayo de la ciudad de Ushuaia, para conversar sobre sus dos amores: la Armada y la Antártida.
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Alejandro Ursino -
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